Hola, Virginia ¿Podés salir a jugar?
No. Recién me llamó mi abuela que ya está lista la merienda. Más tarde.
Pucha. Bueno, te espero acá afuera.
No, mejor andate a dar una vuelta en la bici y volvé después, Rosario.
Bah. ¿Por qué?
Porque siempre tocás las piedritas brillantes de la pared y se rompen. Son de mi abuela.
Nada que ver. Qué mala sos, las estoy mirando no más.
Las estás tocando y se van a salir. Son de mi abuela, te digo.
¡Andá! Sos re mala. Además son feísimas las piedras esas, parecen vidrios de botella.
Vos sos una envidiosa. Le voy a contar que le estás rompiendo la pared y que decís malas palabras, no me va a dejar juntarme con vos.
¡Mentirosa! ¿Sabés qué? No hace falta, nena. Andá a jugar con tu abuela, yo no juego más. Te vas a quedar sola por egoísta. Chau.
Y, efectivamente, después de casi veinte años Virginia está bastante sola. Me contaron. Su abuela aún vive y yo, cuando paso por ahí, como hice siempre a partir de esa tarde, camino cerquita y como quien no quiere la cosa, rozo con un dedo o con dos las piedritas brillantes de la pared. Y sonrío. Y recuerdo. Y tengo ocho años otra vez. Y vuelvo a sonreír.
domingo, 21 de octubre de 2012
lunes, 15 de octubre de 2012
La felicidad es otra cosa.
Cocino para uno, pero en realidad para dos. El vidrio está empañado y dejo una marca con el dedo. Un trueno. Mientras se calienta el agua miro con los ojos ciegos y helados por la ventana hacia no sé dónde. De esos momentos en los que mirar es sólo una excusa para mantenerse despierta, para mirar sin ver. Para recordar. Te recuerdo.
Entreabro la ventana y llega ese olor a lluvia que me gusta tanto. Respiro profundo, cierro los ojos y retengo el aire la mayor cantidad de tiempo posible, como para que me llene el alma si es que se puede.
Pero la felicidad es otra cosa.
Como cuando bajo del taxi de tu mano sin mirar atrás y con la certeza de que ya no me falta nada. Como cuando te veo sobre mí, sonriendo en silencio, abrazándome el pecho y el alma con los ojos cerrados. Ese instante de felicidad abrumador e inconciente en el que nada más importa. Que se caiga el mundo a pedazos, vamos.
Otro trueno me saca del trance y me obliga a soltar el aire de golpe y ahora, la mirada atónita sobre el agua hervida derramada sobre la cocina.
Es otra noche más de esas que significan una noche menos. Y yo sigo acá esperando. Esperando y extrañando los futuros que aún no sucedieron.
Es que a partir de vos la felicidad, la felicidad es otra cosa.
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